Hildegarda de Bingen nació en 1098 en Bermersheim, Alemania, en una familia aristocrática. Desde una edad temprana, sus padres la destinaron a la vida religiosa, y a los 14 años, se unió al monasterio de Disibodenberg, donde comenzó a experimentar visiones místicas. Estas visiones, que describía como luces radiantes acompañadas de sonidos y enseñanzas, fueron fundamentales en su vida y en su obra. A los 42 años, en 1141, recibió la orden de documentar estas experiencias, lo que resultó en su primer gran libro, Scivias (Conoce los Caminos).
Además de sus visiones, Hildegarda produjo una gran cantidad de escritos sobre medicina, ciencias naturales y teología. Publicó obras como Physica y Cause et Cure, donde detallaba el conocimiento sobre la naturaleza y la salud de su época. En 1150, estableció el monasterio de Rupertsberg cerca de Bingen, donde se convirtió en abadesa y continuó su labor de predicación y enseñanza. Realizó varios viajes para predicar, ayudando a la reforma del clero y criticando doctrinas como el catarismo.
A medida que pasaba el tiempo, la fama de Hildegarda aumentó mucho, y recibió cartas y visitas de personajes importantes como el emperador Federico I Barbarroja y el papa Eugenio III, quienes la apoyaban en su labor espiritual. También es reconocida por su sabiduría y por los consejos espirituales que ofreció a líderes tanto políticos como religiosos. Su influencia fue muy importante para la reforma del pensamiento religioso de su tiempo.
Hildegarda falleció en 1179 a la edad de 81 años. Aunque el proceso para su canonización comenzó en el siglo XIII, hasta que en 2012 el Papa Benedicto XVI la proclamó Doctora de la Iglesia, lo que consolidó su posición como una de las mentes más brillantes de la Edad Media. Actualmente, su legado perdura, siendo honrada como santa y profetisa en la Iglesia Católica y en algunas ramas de la Comunión Anglicana. Su festividad se celebra el 17 de septiembre.