En un mundo cada vez más desconectado de la naturaleza, Jane Goodall representa una figura única: una científica que no solo estudió animales, sino que se convirtió en una voz para ellos. Su historia no es solo la de una primatóloga brillante, sino la de una mujer que, con sensibilidad y determinación, cambió nuestra forma de entender el vínculo entre los seres humanos y el resto del planeta.
Desde la jungla africana hasta los escenarios más prestigiosos del mundo, su vida ha sido un viaje inusual, movido no por la ambición científica, sino por un amor profundo por los animales y una intuición que rompió barreras académicas, sociales y culturales.
Desde el principio, Jane hizo lo impensable para la ciencia de la época. En lugar de numerar a los chimpancés como si fueran especímenes de laboratorio, les dio nombres: David Greybeard, Flo, Fifi. Los observaba en silencio durante horas, registrando sus comportamientos sociales, afectivos, jerárquicos, incluso sus emociones. Para muchos científicos, eso era herejía: antropomorfizar a los animales, atribuirles sentimientos o personalidades.
Pero Jane demostró que estaba en lo correcto. Fue la primera persona en observar a un chimpancé fabricando y usando herramientas —una hazaña que, hasta entonces, se creía exclusiva del ser humano. Este descubrimiento obligó a redefinir lo que significaba ser humano. Como dijo Leakey:
“Ahora debemos redefinir el concepto de herramienta, redefinir al ser humano… o aceptar a los chimpancés como humanos.”
Sus descubrimientos sobre la compleja vida social de los chimpancés, su uso de herramientas, sus vínculos afectivos, duelos, rituales, cooperación y también violencia, revolucionaron la etología y la antropología. La línea entre “ellos” y “nosotros” se volvió más borrosa que nunca.